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Pintura que conscientemente se ubica en una era posterior a las vanguardias y a los “ismos” que por tanto tiempo obsesionaron a los artistas, el trabajo de Fermín Gutiérrez, puede ser interpretado como un ejercicio de exploración de las realidades del sueño y la imaginación. No hay localismo, ni historia, ni mensaje de salvación o de condena en los cuadros a veces subterráneos y a veces caleidoscópicos de este artista, porque en ellos todo sucede en espacios y en tiempos que no son los de este mundo.

Formado académicamente en la arquitectura y el diseño, Fermín logra conjugar diversas virtudes en su pintura que lo colocan como uno de los más brillantes pintores de su generación.

Originario de Chihuahua, Fermín Gutiérrez ha consolidado un estilo propio que se caracteriza por el onirismo, la conjunción de coloridos zigzagueantes y atrevidos, y una visual del desierto del norte mexicano, Fermín ha recorrido diversas latitudes temáticas, basado en un figurativismo que en ocasiones recuerda a los pintores de la escuela oaxaqueña, pero que evidencia una sólida formación que incluye fuentes tales como la tradición popular mexicana y el arte islámico. Los modos anímicos de su pintura, a veces contradictorios, giran en torno a la búsqueda de nuestros frecuentemente indescifrables mundos secretos.

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¿Cuál es el lenguaje pictórico con el que nos habla Fermín Gutiérrez?

Mi lenguaje ha viajado de lo oscuro a lo lumínico, de lo sencillo a lo complejo y a lo barroco, de lo liso a lo retorcido, a la obsesión por el objeto, a la obsesión por llenar el espacio. Es, en cualquier caso, un lenguaje en tránsito, en movimiento, en continua evolución. Yo he tratado de dirigir ese movimiento, de darle una dirección determinada, pero noto que el espacio de la tela en blanco me gana y es, en última instancia, el que decide por sí mismo. He querido ser sencillo, pero soy un pintor barroco, un pintor con la nostalgia de la sensualidad, del exotismo. Pero independientemente del lenguaje que adopte, mis temas son de una gran sencillez narrativa. Esto lo considero importante porque mis objetos, puesto que se dan en un espacio poco narrativo, ellos son los que se complican, hay una gran distancia de objeto a objeto en mis cuadros. Cada cuadro te lleva a una lucha interior, a una búsqueda. No me gusta mucho la narratividad en la pintura, es algo que incluso llega a molestarme. Me gusta que los elementos se ubiquen y se defiendan por sí mismos en el espacio pictórico. El espectador debe tener libertad, debe ser capaz de disfrutar por sí mismo cada elemento que descubre en un cuadro. Narrar algo en un cuadro es colgarle milagritos al espectador. Contrariamente a lo que pudiera parecer, un cuadro narrativo puede resultar extraordinariamente tedioso, y es una pintura que, por lo general, tiende a abandonarse. La pintura no debe de ser fácilmente descifrable. Debe de ser un juego secreto, sin obviedades superficiales. De hecho, la pintura, por lo menos a cierto nivel de intensidad, es nada menos que la abolición de lo real. Hay por supuesto, una pintura que es meramente social, pienso en el muralismo mexicano, por ejemplo, en el que la narratividad no sólo es necesaria sino incluso definitoria. Pero yo hablo del caballete, de la pintura intimista, que está destinada a un individuo, a un alma particular, a un cómplice. El arte debe caminar en la zozobra, en el experimento, en la búsqueda, en el riesgo, incluso en la caída. Un cuadro, al igual que un poema, gana mucho con la ambigüedad.

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