Carlos Montemayor
El País Azul de Fermín Gutiérrez
La recurrencia del universo Azul en la obra de Fermín Gutiérrez constituye uno de los referentes más profundos de su evolución y creación plástica. No propongo que ciertos cuadros, numerosos y diversos, afines o selectos, constituyan un ciclo cerrado temática ni discursivamente; tampoco que conformen una época específica. El azul y las diversas tonalidades y texturas de este color han sido importantes en épocas o perspectivas plásticas en los mosaicos de los palacios babilonios o en las mezquitas del siglo XV y XVI de la India, por ejemplo; en el fondo suntuoso del Juicio Final de la Capilla Sixtina, en ciertos cuadros de Cézanne o Van Gogh, en la época azul de Picasso ó en el paisaje mexicano de Velasco, por citar otros disímiles y contrastantes casos.
Por esto podríamos decir que en Fermín Gutiérrez la sucesión del universo plástico del Azul es también un complejo y cada vez más enriquecedor camino hacia su propio arte y hacia sí mismo, tanto en los cuadros donde las tonalidades del azul se desvanecen o se acentúan, como en espacios donde se repliega o concentra en un punto del cuadro habitado por otros colores contrastantes, vivos o incendiados, como ocurre en “La vasta noche”, en “Mujeres mirando el cielo”, en “El cometa” o incluso en “Penumbra”. El “Ascenso del Azul hacia su propia hondura” es un proceso de creación, aprendizaje, adiestramiento, investigación, descubrimiento del orbe y del orden del color como origen de la atmósfera, del espacio, de los contornos o del silencio y de la irrupción de voces que extienden hilos de algodón en direcciones opuestas o coincidentes; en colores, tonalidades, objetos o imágenes humanas que parecen a punto de desvanecerse o apenas descansar del momento mismo de su inicial aparición o “materialización”.
En esa profundización del color aprenden a vivir todos los colores, aprenden a desprender de sí mismos, en sí mismos, las imágenes, los ambientes, las texturas, las historias, los sueños, las visiones fugaces o recurrentes que desde otros mundos posibles llegan a los pinceles de Fermín Gutiérrez. Así ocurre en espacios como “Cazadores de pájaros nocturnos” o “La hueca sombra”, donde ciertos colores sólo aparecen como una rendija de luz o un asomo del amanecer. En ese momento del despuntar de la vida, de los seres, de los colores que envuelven la vida y la trasminan velada, misteriosamente, desde ahí, desde ese arte, llegan a través de nuestro asombro todas las cosas que tienen el color que Fermín Gutiérrez deja aparecer o que sólo descubre en ellos, como siendo ellos: las cosas en busca de su propio origen. Cada silueta, cada figura, contienen el aliento para llamar, desde el País Azul, desde el Parral austral hasta el Parral boreal, como una estrella de la mañana y de la tarde, llamar con más fuerza a su origen, a nuestro origen.