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Rogelio Treviño

¡Claveles dulces como el aliento de una muchacha!

Uno de los temas más difíciles y sin embargo ineludibles de todos los tiempos en el arte, es el amor, y en la obra plástica de Fermín Gutiérrez, lo encontramos en esa dimensión que sin dudarlo es la única que le corresponde, exacta, ya que lo representa en un abanico de colores vívidos captados primordialmente más que por los ojos por el oído; o bien, nuestros ojos se escuchan, se vuelven sonoros ante su colorido. Si, “el espacio vibra, a medida que nos alcanza, nos exige que seamos sólo el oído”. Sin embargo escuchemos, el artista conoce su arte, sabe que después del mareo y de la intensidad de su luz, debe venir la observación, calma, la que nos puede fijar definitivamente ante “el objeto estético” o mejor aún, ante “la experiencia estética”, que definitivamente, como él claramente lo sabe, no todos tenemos la capacidad de lograr. La simple visita a una exposición de pintura, el simple mirar, no implica por supuesto este “hecho” (me refiero al fenómeno estético) tan importante, para lograr degustar una obra. (Lo mismo sucede con la simple lectura de un libro, una puesta en escena, el cine, etc. Estos serían simplemente los preliminares para dicha experiencia).

 

El tema de nuestro pintor – repito – es uno de los más difíciles: el Amor. No basta solo con mirar, la mirada es la hermanastra de la fantasía, de lo que se trata es de Ver, pues “Ver es Imaginar”. Aquí como lo Veo representado por Fermín, el amor nos muestra sus dos caras, además de ser tierno, es también terrible. Cuando amamos siempre se está en peligro, peligra la relación, nuestra individualidad; sin duda, como dice Durrell, “no deja de ser extraño que una experiencia tan dolorosa (después de la separación, claro, si es que la hay o aún sin ella) pueda sentirse al mismo tiempo como sana, como positivamente constructiva”. La pintura de Fermín nos narra, más que los temores infundados en lo religioso, ese tipo de temores más fundamentados en lo conocido por “real – cotidiano”, que encierran sobre todo o sobre todo son por encerrados desconocidos, en los meandros tanto instintivos como mentales de “nuestra desconocida” –por qué no aceptarlo- naturaleza humana. Este mundo tan pequeño –me refiero a lo humano, nuestro límite- y sin embargo tan inmensamente complejo.
La comunidad de los amantes (título de Blanchot) no es tan fácil, pero tampoco tan difícil –al menos, eso me narra su pintura- principalmente si nos aceptamos “como somos”, el uno para la otra, conociéndonos por medio de nuestra cultura y nuestro mundo in torno.
Este es uno de los temas que aborda en su narrativa pictórica Fermín Gutiérrez. Uno de los pintores más importantes de nuestra latitud Norte.

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